Dada la estrecha relación entre agricultura y alimentación, las implicaciones de la emergencia climática en la seguridad alimentaria de muchos países son ya alarmantes.

En pleno siglo XXI el espectro del hambre (desnutrición y malnutrición) es una amenaza real que todavía se cierne de forma aguda sobre numerosas poblaciones. Frente a este drama, la ayuda alimentaria procedente de los países ricos, lejos de obedecer a motivos de solidaridad y altruismo, suele estar condicionada a contrapartidas de carácter económico y político.
Los avances científicos y tecnológicos han introducido continuas innovaciones que han permitido el aumento de la producción agrícola, a la vez que han facilitado el trabajo de los agricultores.

Con todo ello, el continuo aumento de la demanda de alimentos para una población en constante crecimiento hace que los sistemas agrícolas tengan que enfrentarse a desafíos sin precedentes. Es preciso adoptar medidas urgentes para que la agricultura mejore su productividad, equidad y sostenibilidad; en caso contrario, la producción de alimentos se verá seriamente comprometida en los países y regiones más pobres que ya sufren una gran inseguridad alimentaria.